Tengo una Biblia en casa y la leo de vez en cuando. La leo como un niño, al azar, sin saber exactamente de qué se trata y sin comprender muchas veces el grave significado de sus lecciones. A diferencia de otros libros, la Biblia es un objeto divino que cabe en el morral de cualquier labriego y que nunca está demás en las mansiones. Al provenir de un hogar católico tradicional, muchos de los milagros de mi vida son obra de las oraciones, las rogativas y las velas que mi madre ha hecho derramar en mi nombre. Fui bautizado y confirmado en la fe católica y mi contacto con la Biblia viene desde la infancia. Desde luego que aquellas primeras lecturas eran infantiles y cándidas. Basadas fundamentalmente en el aspecto épico del viejo testamento y los sucesos de Cristo. Inclusive llegué a ser parte de los grupos juveniles de la Parroquia San Antonio y tengo borrosos y perdurables recuerdos de mis primeros cursillos de cristiandad: Dios tenía planes para mí… pero me aparté de ellos.
A una edad muy temprana (entre los 19 y los 22 años más o menos) conocí los comunistas. Todo sucedió muy rápido, me retiré de la iglesia y abracé con entusiasmo las novedosas doctrinas que promovían los catedráticos marxistas. Los comunistas me enseñaron que Dios no existe, que mis valores morales no valían un centavo y que mis creencias eran ridículas. El cambio fue súbito, de aquel muchacho humilde, devoto y respetuoso que había integrado la catequesis no quedó ni la sombra. A los 25 años yo apestaba. Cuando hablo con mis amigos suelo referirme a mi década perdida –entre los 22 y los 32 años– porque fueron años de lujuria, de soberbia, de excesos, de rencor, de pereza, de blasfemia y de total irresponsabilidad. Fue mi época sin Dios… años sombríos en los que estuve a un paso de convertirme en un hombre malo. Al cumplir los 33 años nació Áyax, mi primogénito, el milagro supremo que hasta hoy he recibido. Desde entonces hasta hoy muchas cosas han sucedido y me siento listo para retomar el sendero.
Después de tropezar mil veces abro la Biblia y por fin comprendo lo que de joven apenas balbuceaba. Los maravillosos poetas hebreos sabían, cinco mil años atrás, que el diablo es el mecenas del perverso. Que Dios es el celoso vigía de los buenos. Que el diablo es patrocinador de los mediocres y que Dios es el insobornable protector de la virtud que abunda en los humildes. La Biblia es el más perfecto, bello y riguroso tratado que Dios ha escrito contra los necios, los tontos y los malvados.
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Soy un Hombre Nuevo, Informático, Luchador, Nací en La Virtud Lempira, Honduras, Soy lo que quiero ser, Educador de Profesión, Periodista, Trovador... Polifacético, Vivo un día a la vez y digo lo que quiero decir! Mi lema: "Si voy a mirar atrás será para recordar como llegué hasta donde estoy, nunca lo haré para volver"
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